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LA HISTORIA QUE ME QUITA EL SUEÑO: TODO SOBRE LA MUESTRA DE DAVID WOJNAROWICZ EN EL REINA SOFÍA

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Rimbaud en el metro.

Rimbaud clavándose una jeringa en el brazo.

Rimbaud a punto de masturbarse.

Rimbaud atravesando, a lo kamikaze, el tránsito de New York…

Las postales que podrían haber sido imágenes a las que mi imaginación accedía durante mi temprana adolescencia cuando, amenazada por el bullying, me retraía en leer a los poetas malditos en mi campo, en realidad son parte de una contundente expresión que no me esperaba: la muestra de David Wojnarowicz en el Reina Sofía.

Perdí la cuenta de las veces que fui a aquel museo. Sus jardines con esculturas de Calder (y Miró, que no me gusta tanto) son mi cotidianidad y recuerdo su colección permanente casi de memoria. Sin embargo, sus muestras temporarias y mi innegable agrado son motivo de mis regresos sin fin.

Esta vez, me encontré con un amigo pensando en ver la muestra del danés Henrik Olesen y me encontré con alguien a quien había visto sin enamorarme meses atrás en la fundación Loewe: David Wojnarowicz.

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SEMBLANZA WOJNAROWICZ

DW nació rodeado de caos familiar, en New Jersey en 1954. Su padre, alcohólico y violento, maltrataba a su madre y a sus tres hermanos. Ver al conejito que tenía como mascota en medio de la mesa como plato principal, fue sólo un detalle que soportó de ese hombre.

Cuando tenía dos años, con sus padres desaparecidos, pasó por orfanatos y hogares temporales donde permanecieron las relaciones abusivas.

Cuando sus padres se divorciaron se trasladó a NYC con su madre y a los 17 abandonó esa casa: la calle fue su cama, la heroína y la cocaína sus refugios, el arte y el sexo sus hobbies, las estafas y la prostitución homosexual sus trabajos.

Su talento, estimulado por intensidades y desenfrenos, desemboca en un desplazamiento que une su extensa variación de recursos, formas y dispositivos: el collage como herramienta para la crítica, la película como herramienta narrativa, la pintura como exploración de mecanismos alegóricos y el fotomontaje para tratar temáticas queer y de identidad que lo posicionaron como activista.

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¿En qué momento Rimbaud se chuta heroína? Cuando DW fue a París a visitar a su hermana Pat, conectó tanto con la figura del poeta simbolista del siglo XIX que inició una relación unilateral, sostenida por la admiración y semejanza de una existencia vehemente y vertiginosa.

Escribió dos guiones de 35 mm con planes y aventuras para el poeta y con un relato en mente. Rimbaud llegaría en barco, aterrizando en el Brooklyn Navy Yard en un guión y en Coney Island en el otro. En ambos moriría de una sobredosis de heroína.

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De vuelta en NY, a finales de los 70 consume “Rimbaud in New York”, una serie de fotos en la que sus amigos posaban en escenas cotidianas con una mascara del poeta concibiendo un retrato doble tanto privado como compartido, en el que Rimbaud era a la vez careta y reflejo.

Sin embargo, muchas de las escenas-intención como Rimbaud comiendo en el café del Ejército de Salvación o en la Port Authority, no pudieron cumplirse por la falta de dinero de DW, quien solía economizar en lo que disparaba.

Rimbaud en el metro: dos exposiciones, una impresa. Para el shot de heroína, cambió la aguja por un alfiler, que fue inyectado en el brazo de su amigo Brian, quien en el Terminal Bar en Chinatown voló junto a la abstracción de le Poète maudit.

DW también dedicó un film a H y su eterno ritual de alivio pasajero: “Heroin”, filmado en súper 8 (mismo formato que usó para “Beautiful People” con Jesse Hultberg y “Where Evil Dwells” en colaboración con el filmmaker y artista Tommy Turner), muestra a una persona con una cabeza envuelta como un hombre invisible mudándose de habitaciones a través de “marcos de puertas sin fin”. Una figura con la misma ropa y el mismo tamaño aparece y ambos se encuentran en el techo, desde donde asoma el Empire State, como símbolo hipodérmico. Uno saca una pistola y le dispara al otro en la cabeza. Lo desenvuelve y se encuentra con su propia cara. Luego se recortan en un centenar de imágenes de diferentes personas muertas en sus cocinas, en sus terrazas, en sus pasillos y en la calle. La filmó con una cámara rota con música de 3 Teens Kill 4, banda de la que fue parte y con quienes lanzó el extended play “No Motive”.

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AMOR GURÚ, BELLEZA Y ENFERMEDAD

1980 encontró a DW con quien sería fundamental en su arte y emociones: el fotógrafo Peter Hujar.

Infancias ruines y adulteces conflictivas eran tan solo una de tantas coincidencias compartidas, entre las que también se destacaba el activismo: Peter había participado en las revueltas de Stonewall por los derechos homosexuales en 1969 y DW ya era líder de la comunidad artística del East Village neoyorkino por símil lucha.

Veinte años mayor, Peter vio en DW potentes aptitudes para las artes plásticas y lo convenció para ahondar en la pintura y el dibujo, más allá de su vocación como escritor.

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Su relación implicaba un intenso vínculo erótico-sentimental que combinaba amistad, fraternidad, romance y enlace paterno-filial. Esta simbiosis da a luz a una obra que sin querer en parte es conjunta y cuyo lenguaje es similar y enigmático.

Una enfermedad por sida suspendió la existencia de Peter, en 1987, luego de un largo y aflictivo proceso. DW lo retrató en su lecho de muerte. Un año más tarde, fue condenado con su primer diagnóstico de HIV positivo.

LO CONTROVERSIAL ES PERMANENCIA

“¿Qué significa que tu deseo sea ilegal? Miedo, frustración, ira, sí, pero también un despertar político, una fértil paranoia. Mi homosexualidad fue una cuña que lentamente me distanciaba de una sociedad enferma”, escribió.

El empleo y publicación de un calvario en la prostitución y la homofobia fue esencial para concienciar sobre el HIV y propagar la transformación urbana y socio-política de NYC. DW lo hizo.

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La revisión en el Reina Sofia nos acerca a esta obra/ sacrificio a partir de diferentes ángulos que exploran la sociedad americana de la época. Drogas, Rimbauds, cuerpos, metros, agujas y folletines son hilvanados a través de múltiples medios artísticos que DW usó para inquirir todo eso que lo construyó y, a su vez, tal como explica el programa del museo que tanto me gusta, conformar un prisma a través del cual traerlos a nuestro presente: cultura queer, drogas, VIH, Donald Trump y el devenir de los neofascismos.

El reconocimiento de muchos no alcanza. En 2010, una galería de Washington y ultracatólicos cancelaron “A Fire in My Belly”, un film rodado en el 86 en Mexico que muestra una hilera de hormigas rojas caminando por un reloj, un montón de billetes y un crucifijo que ilustran la despiadada crisis del sida.

En 2018 la organización ACT UP contra el sida y en la que DW era parte, le quitó colores al Whitney Museum por dar una imagen romantizada de la crisis del HIV: «El sida no es historia», recordaron en una protesta.

DW murió con 37, diez años mayor que “el club” y a la misma edad de su par y protagonista Rimbaud. Lo hizo con rabia, luego de peleas agotadoras contra el establishment y políticos y batallando vs asociaciones que descolgaban sus obras sin permiso.

El surgimiento de una nueva razón, el quiebre de lo decretado por la sociedad, la libertad, la angustia, el éxtasis, la metamorfosis y la destrucción le quitaban el sueño a DW. Los mismos motivos desvelaban a Rimbaud. Quizás los mismos impedían dormir a Daniel Cohn-Bendit, a Peter Doherty con “Anthems for the doomed youth”, a Victoria Ocampo, a Gilles Caron, a The Clash, a Simone de Beauvoir, a los Stones con “Street Fighting Man, a mi abuela, a muchos.

Los mismos deberían despertarnos a todos.

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